«El abismo que estamos cavando

Homilía

Hermanos y hermanas,

En la parábola del hombre rico y Lázaro, Jesús no sólo habla de un destino después de la muerte. Está hablando de un drama que se desarrolla durante la vida, y que comienza con nuestras elecciones, nuestros hábitos, nuestra forma de ver -o de no ver- a los demás.

El abismo del que habla Jesús, esa brecha insalvable entre ricos y pobres, no aparece con la muerte: se cava cada día con la indiferencia, con el cierre del corazón, con la negativa a escuchar a los profetas.

El verdadero problema del hombre rico en esta parábola no es su riqueza. Jesús nunca condenó el dinero en sí. El verdadero problema es la anestesia de su corazón. El hombre rico no maltrató a Lázaro. No le echó. No le pegó. Ni siquiera le desprecia directamente. Hace algo peor: le ignora.

Y éste es quizá el pecado más peligroso de nuestro tiempo: la indiferencia silenciosa.

El hombre invisible

Lázaro está allí, al otro lado de la puerta. No pide un sitio en la mesa, sólo migajas. Pero para el hombre rico, él no existe. No tiene nombre, ni voz, ni valor. La ironía de la parábola es que el pobre es el único que tiene un nombre: «Lázaro», que significa «Dios ayuda». El hombre rico es anónimo. Es como si, por tenerlo todo para sí, hubiera acabado perdiendo su identidad más profunda.

Porque el que ignora a los demás se aleja de sí mismo. El hombre que se aleja del sufrimiento de los demás se aleja de su propia humanidad.

El abismo espiritual

Jesús nos muestra que el abismo que separa al rico de Lázaro no es un castigo caído del cielo. Es el resultado natural de una vida egocéntrica. Una vida en la que sólo miramos lo que nos conviene, en la que filtramos el mundo a través de la comodidad de nuestras propias burbujas.

Y este abismo, hermanos y hermanas, a menudo empieza muy pequeño: una simple falta de atención, vergüenza ante el sufrimiento, deseo de evitar lo que nos molesta. Pero se ensancha rápidamente si no se hace nada. Se convierte en un abismo de incomprensión, luego en un muro de indiferencia y, finalmente, en un abismo de inhumanidad.

Por eso Jesús nos dice: abre los ojos ahora, mientras aún hay tiempo. Porque un día, lo que era un simple paso hacia el otro puede convertirse en un paso imposible de dar.

Una parábola sobre la escucha

Al final de la parábola, Jesús insiste en que le escuchen: «Tienen a Moisés y a los profetas; ¡que les escuchen! El hombre rico quiere un milagro, una señal extraordinaria. Pero Jesús responde: no es un milagro lo que convierte, es la escucha del corazón. No es una aparición lo que salva, es la conversión interior.

Nosotros también tenemos a Moisés, los profetas, el Evangelio, los gritos de los pobres, los llamamientos del Papa, las alertas sociales, las emergencias ecológicas… ¿Qué más necesitamos? ¿Qué otra voz queremos oír para ponernos por fin en marcha?

La otra cara de Lázaro

En esta parábola, Lázaro es a la vez un pobre hombre muy real… pero también una figura espiritual. Lázaro es todo lo que nos negamos a ver. Es lo que está herido en nosotros y en los demás. Es lo que nos espera humildemente en nuestra puerta.

Lázaro es también el propio Cristo, rechazado, cubierto de heridas, silencioso, mendigando nuestro amor, nuestra mirada, nuestra compasión. Y si no le reconocemos en el pobre hombre, corremos el riesgo de no reconocerle en absoluto.

Conclusión: ¿excavar o rellenar?

Hermanos y hermanas, esta parábola nos enfrenta a una cuestión crucial: ¿estamos cavando un abismo o estamos rellenando los huecos? La vida cristiana no es un seguro para el más allá. Es un compromiso con el presente, con la construcción de un mundo más justo, más fraterno y más atento a los que no podemos ver.

No permitamos que crezca el abismo. Dejemos que Cristo nos despierte, nos mueva, nos convierta. Porque cada vez que cruzamos el umbral para ir hacia el sufrimiento, reducimos la distancia entre el cielo y la tierra.

Amén.

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