La Cruz Gloriosa: escándalo y salvación, debilidad y victoria.

En el misterio cristiano, la Cruz es mucho más que un instrumento de tortura. Es el trono paradójico de Cristo, el lugar de su glorificación y el signo de la salvación ofrecida al mundo. La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre) nos invita a contemplar no sólo el sufrimiento de Cristo, sino la victoria del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte.

En su primera carta a los Corintios, San Pablo resume la paradoja de la fe cristiana: «Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles». (1 Corintios 1:23) Para el mundo antiguo, la cruz era símbolo de fracaso, humillación y muerte ignominiosa. Y, sin embargo, es a través de la cruz como Dios revela su sabiduría. El madero del tormento se convierte en el árbol de la vida nueva. Como escribió San Pablo

Para los Padres de la Iglesia, la cruz se compara a menudo con el árbol de la vida del Jardín del Edén. Lo que el árbol prohibido había cerrado, el árbol de la cruz lo abre de nuevo. San Ambrosio de Milán dijo «El madero del árbol había cerrado el paraíso, el madero de la cruz lo ha abierto».

Y San Efrén el Sirio escribe: «¡Bendita sea la madera en la que se colgó la vida!».

Este lenguaje teológico muestra que la cruz no es un simple acontecimiento histórico, sino un misterio cósmico, una inversión total de la historia humana.

En el Evangelio según San Juan 12:32, la cruz es ya una elevación gloriosa: «Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos los hombres hacia mí». Esta elevación no es sólo la elevación del sufrimiento, sino también la elevación de la revelación del amor absoluto: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». (Juan 15:13). Así, en la cruz, Jesús no sufre la muerte, la ofrece. Se entrega a sí mismo. Ama «hasta el extremo» (Juan 13:1).

En su camino hacia el martirio, San Ignacio de Antioquía escribió: «Permitidme imitar la Pasión de mi Dios». Y san Juan Crisóstomo añadió «La cruz es el trofeo de Cristo, la prueba resplandeciente de su victoria».

En conclusión: adorar la Cruz no es aferrarse al madero, ni glorificar el dolor, sino dejarse embargar por el amor infinito que allí se manifiesta. La fiesta de la Cruz Gloriosa nos invita a proclamar, como ha hecho la Iglesia durante siglos:

«Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos porque con tu santa cruz has redimido al mundo».

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